Pensadores aragoneses.
Historia de las ideas filosóficas en Aragón
Jorge M. Ayala
Capítulo 5. EL PENSAMIENTO EN LA LITERATURA Y EL CINE
a) Ramón J. Sender, escritor
b) Sender y lo aragonés
c) El pensamiento antropológico y moral de Sender
Conclusión
RAMÓN J. SENDER (1901-1982)
Las disgresiones antropológico-filosóficas que encierra el
corpus literario de Ramón J. Sender es motivo suficiente para
que nos detengamos a exponer el mundo conceptual de este escritor
aragonés24. No queremos entrar en viejas polémicas
acerca de las relaciones entre filosofía y literatura, ni
deseamos tomar partido acerca de si en literatura debe primar el arte
por el arte, o bien la literatura es un arte que trata de esclarecer
narrativamente el mundo de la vida aventurándose en el reino
de las posibilidades humanas. La razón que nos ha movido a
incluir a Sender en esta historia del pensamiento es únicamente
filosófica.
Las novelas de Sender tratan de temas socio-políticos, históricos,
autobiográficos y alegóricos. Cuando Sender emprendió
el camino del exilio ya había recibido el Premio Nacional de
Literatura (1935) por su obra Mr Wilt en el Cantón.
Esta obra no fue fruto del azar, pues desde el año 1924 en que
entró a formar parte del equipo de redacción del
periódico El Sol, de Madrid, Sender venía
demostrando que era un narrador habilidoso para describir ambientes,
comunicar ideas y despertar interés en los lectores.
Tanto José Vived como José Domingo Dueñas han mostrado
que el periodismo fue la escuela donde Sender se formó
literariamente, empezando esta actividad a la edad de 15 años.
Volver al índice
a) Ramón J. Sender, escritor
Consideramos a Sender, por encima de todo, un maestro en el arte de narrar. Esto
no obsta para que apreciemos en este escritor comprometido una raíz
filosófica, puesta de manifiesto en su preocupación por
el hombre, por lo humano en sus niveles más profundos, por el
enigma de la naturaleza humana y por el sentido de la existencia.
Los escritores originales crean su propio estilo de escribir. No
necesitan imitar o seguir modas cuando tienen tanto que comunicar.
Estas personas encuentran su propio estilo sin buscarlo. Sender lo
expresó con estas palabras: Escribir bien es, en
definitiva, no más ni menos que decir lo que no puede dejar de
ser dicho como y cuando el escritor no puede evitar decirlo, y
decirlo con las palabras justas e indispensables25.
Como cualquier otro escritor, Sender tuvo también sus escritores
preferidos entre lo narradores extranjeros y españoles. De los
primeros cabe destacar a Stendhal, Dostoyewsky, Tolstoi, y de los
segundos a Cervantes, Quevedo, Gracián y Valle_Inclán.
Todos estos han sido grandes narradores que han profundizado en las
distintas facetas del ser humano, mejor aún, de la vida humana
en su diario discurrir. Estos escritores han sido catalogados de
«realistas» por la atención que han prestado a lo
«popular» como expresión de la realidad humana.
«Para hacer novela y, sobre todo, para continuar la tradición
novelesca del realismo español, hay que desnudarse. Quedarse
en pura y simple hombría»26.
La obra de Sender es muy extensa y abarca casi todos los géneros:
periodismo, novela, poesía, teatro y ensayo. Por eso, exigir a
un escritor tan prolífico como Sender que todas sus obras
tengan el mismo nivel de perfección es sobrehumano. El propio
Sender es muy explícito cuando enjuicia su propia obra:
«Yo tengo libros mejores y peores. Los que hemos escrito mucho estamos en
este caso que es, en definitiva, el caso español. El mismo
Cervantes no habría perdido nada si no hubiera escrito Los
trabajos de Persiles, y Lope de Vega algunas de sus comedias. Lo
mismo se puede decir más tarde de Pérez Galdós y
hoy mismo de Pío Baroja. El homo hispanicus se vuelca con lo
mejor, lo mediano y lo peor para dejar de sí un testimonio
entero que tal vez servirá a los que vengan después. La
perfección no es de este mundo27.» En sus primeros
escritos Sender percibe al hombre encuadrado en las circunstancias
políticas y sociales de la España de principios de siglo.
Para el joven Sender resultaba inhumano ocuparse de cuestiones
formales de estilo cuando el «hombre de carne y hueso»
español que tenía ante sí estaba exigiendo
justicia para poder sobrevivir. El realismo de Sender, escribe
Collard, se define ante todo como una actitud ante la sociedad. Una
actitud que se opone de manera radical a lo que Sender llama las
«mentiras espirituales de intelectuales» en Siete
domingos rojos y la literatura de los «fáusticos»28.
El realismo senderiano no tiene nada que ver con el naturalismo del
siglo XIX ni con el costumbrismo. Realismo significa afán de
llegar al fondo de la realidad, en este caso, de la realidad humana.
El filósofo se afana por definir la realidad, pero el escritor
puede ayudarle a desvelarla. En los años en que Sender vive
identificado con la causa revolucionaria, «lo humano en general
y lo revolucionario», para él son lo mismo: «Nuestro
realismo no es sólo analítico y crítico como el
de los naturalistas, sino que parte de una concepción dinámica
y no estática de la realidad.
Nuestra realidad con la que no estamos satisfechos sino en cuanto forma parte
dinámica de un proceso en cambio y avance constante, no es
estática ni produce en nosotros la ilusión de la
contemplación neutra29.» A medida que Sender se va
alejando de los planteamientos políticos, emplea
frecuentemente la palabra «hombría» para describir
la realidad humana, lo humano-integral que nos identifica con el
Todo. Patrick Collard explica cómo Sender sitúa la sede
de la «hombría» en la subconsciencia y le adscribe
los ganglios como órganos. La inteligencia o percepción
ganglionar es la que une a los hombres y les hace sentir por instinto
la solidaridad con el mundo vegetal, animal y mineral. Es algo así
como la inteligencia virgen; la que permite la percepción
instintiva de lo permanente, lo inalterable en el hombre, incluido lo
real absoluto. Sender llama escritores realistas a Fernando de Rojas,
Cervantes, Quevedo y santa Teresa, porque se quedan en pura y simple
«hombría», y porque tanto en la expresión
como en la temática no vacilan en integrar lo popular.
Sender pone en la «hombría» lo esencial-humano, pero no
es un irracionalista porque nunca prescinde de la razón. Esta
nos permite reflexionar sobre la «hombría» y
funciona como elemento regulador entre el individuo y la sociedad.
Siendo Sender un escritor preocupado por los problemas del hombre, es lógico que cuanto expresa literariamente lo haga con el estilo natural y
sobrio que corresponde a una persona que busca lo natural. Sender no
se plantea problemas formales sobre el estilo, ni busca en sus obras
aparecer como «estilista»:
«Mucha gente confunde el estilo con el amaneramiento. Lo que algunos
académicos llaman voluntad de estilo es afectación
(ganas de impresionar con trucos y morisquetas). No consiste el
estilo en la voluntad de aparentar, sino en el conjunto de reacciones
interiores que ligadas a la fatalidad del ser se manifiestan en una
forma de expresión lo más espontánea posible. El
estilo una vez más es el hombre…30.»
La sobriedad y la sencillez son connaturales a la persona y al estilo de
Sender, o como escribe Marcelino Peñuelas, entre el estilo
literario y el estilo vital de Sender existe un claro paralelismo. En
su vida externa Sender es una persona sencilla, directa y sobria, sin
asomos de afectación, de pose o de retórica, pero
interiormente es una persona comprensiva, flexible y hasta compasiva.
El mejor estilo, se suele decir, es el que no se nota.
En este caso se trata de «otra retórica», la de la
sencillez y de la naturalidad, de la precisión y de la
desnudez. Cuando se tiene mucho que decir, como es el caso de Sender,
no hay problemas de estilo porque la forma surge del contenido como
el calor del fuego (Flaubert). ¿Acaso fueron Estilistas Cervantes, Dostoyewsky,
Tolstoi, Dickens, Stendhal…?
Los grandes novelistas, es decir, los creadores de vidas y de mundos,
no han sido, ni pueden ser, estilistas. Esto es lo que piensa Sender
sobre el esteticismo: «Un esteta y un esteticista son una
mentira en pie, un embuste fecundo que pare verdades pequeñas
y ociosas»31.
Sender no es un estilista, pero como narrador es uno de los mejores
que ha dado la prosa castellana32.
Para evitar que la lectura fragmentada de Sender pueda dejar en el lector
la impresión de ser un escritor desigual, José-Carlos
Mainer recomienda asiduidad y paciencia: «Axioma fundamental de
cualquier lector o estudioso de Sender ha de ser, precisamente, que
la alta calidad de tales logros, que lo indeleble de ese Sender
touch tan reconocible por sus fieles, se produce en virtud de la
asiduidad por la escritura, como un claro milagro que Sender y sus
lectores hemos de esperar de la mano de una larga paciencia.
O, mejor aún, que Sender —como Baroja, con el que tantas
cosas le unen: el estilo, la arisca ternura, la irrefrenable
tendencia a la disgresión, la aparente falta de plan, el
nomadeo intelectual— es escritor a lo ancho y no a lo hondo, y
que el mejor modo de hacerse a él es leerlo en ese modo
dilatado y total en que uno y otro se producen de forma natural»33.
La recepción de la obra senderiana en España ha sido muy
accidentada: fue interrumpida tras la guerra civil, entusiastamente
recibida en los años sesenta, desmitificada en los años
siguientes y encumbrada a raíz de su vuelta a España en
1974. Tras la muerte de Sender en 1982, todo parecía indicar
que la obra senderiana había llegado definitivamente a su fin,
pasando a engrosar el depósito de autores del pasado. Contra
tal pronóstico, sin embargo, vemos que continúan
publicándose antologías de escritos desconocidos de
Sender, ediciones críticas de algunas obras suyas, se
organizan Jornadas de Estudio y se escriben tesis doctorales34.
Volver al índice
b) Sender y lo aragonés
Sender es un escritor aragonés que ha alcanzado la más alta cima
literaria en lo que llevamos de siglo. En sus obras existen repetidas
alusiones a su natural aragonés, pero sin caer nunca en el
tópico; al contrario, haber nacido aquí o allá,
explica Sender, condiciona nuestro punto de partida pero no nos
determina ni nos obliga a identificarnos con una imagen cultural o
política, porque lo fundamental es llegar a descubrir lo
universalhumano a través de lo particular. Sender sintió
lo «aragonés» como un conjunto de valores simples
y primarios que, adecuadamente cultivados, le permitieron alcanzar lo
esencial-humano que hay en toda persona, como dice el poeta Terencio.
Sender fue consciente de sus raíces y de lo que a ellas debía,
pero, por encima de todo, su satisfacción estaba en haber
sabido crear un mundo estético y moral capaz de proporcionar a
sus lectores gozo, comprensión y fuerza de vivir:
Me ha ayudado bastante hasta hoy el repertorio de los valores más
simples y primarios de la gente de mi tierra. No del español
de la urbe… sino tal vez del campesino de las tribus del norte
del Ebro, en la parte alta de Aragón.
Soy probablemente…un íbero rezagado&hellip.
El serlo no representa mengua ni privilegio.
Es así, no hay quien lo remedie y a mí no me parece mal.
Otros son gallegos. O gaditanos. Estamos pues en que
al menos uno ha salvado algunos de los valores de la tribu.
Cierta violencia y aun brutalidad es inevitable35.
Sender ha dejado una obra literaria que se sigue leyendo y estudiando en
español y en otros idiomas. Es el signo de la universalidad de
un escritor y el mayor título de gloria para los que se
sienten unidos a él por los lazos del paisanaje. Todo lo
demás, como explicó el propio Sender, es válido
en la medida que ayuda a elevarnos a planos superiores de comprensión
de lo humano. Mainer ha sintetizado perfectamente la transposición
que hace Sender de lo aragonés a lo antropológico: «Lo
aragonés, en fin, se convierte así en una apelación
a las raíces irracionales del comportamiento, a la sustitución
de la historia por la etnología, al reemplazo de la idea por
el mito: algo que, por otro lado, viene a entroncar con otras
dimensiones del pensamiento de Sender y que, por otro, no deja de
ofrecer sugestiva relación con el descubrimiento de ámbitos
antropológicos similares en la América indígena o en el peculiar mundo de
Nuevo México o Arizona»36.
Volver al índice
c) El pensamiento antropológico y moral de Sender
La preocupación de Ramón J. Sender por los problemas más
intrínsecos del ser humano es superior a cualquier otro
contenido que se dé en su narrativa.37
Su primera novela, Imán (1929), es una reacción casi instintiva
contra la injusticia social. Sender fija su atención en los seres
humanos que parecen insignificantes para la sociedad. Los hechos
históricos sirven a Sender de material con el que explorar
determinadas zonas «oscuras» del ser humano. En general,
es tan fuerte el peso de lo «temático» en las
novelas senderianas que llega a prevalecer a veces sobre «estético».
Entre los estudiosos de su obra no faltan quienes lamentan esta
anomalía y abogan por la sustitución de Sender pensador
por la de Sender exclusivamente escritor y maestro en el arte de
narrar38.
En todas sus novelas ha ido dejando Sender abundantes reflexiones sobre
su concepción del hombre, de la vida, de la religión,
del arte y de la filosofía. No se advierte una evolución
en sus ideas, sino una profundización en sus primeras
intuiciones antropológicas y morales. Así, por ejemplo,
Sender mantuvo a lo largo de su vida la misma actitud frente a la
injusticia que sintió de niño; una actitud
inconformista contra la injusticia social, el autoritarismo y los
aspectos absurdos que presenta la vida humana.
El anticonformismo fue uno de los motores de su vida: «La realidad
no es optimista, escribe Sender, el conformismo es artificial y
falso. Allí donde se intentan (la glosa y el conformismo)
producen obras estériles y mediocres»39.
El inconformismo brota de lo más profundo del ser humano.
Precisamente, para evitar que «lo humano» sea confundido
con formas humanas históricas y concretas, la mayoría
de las cuales están ideologizadas, Sender propuso el nombre de
«hombría»: la realidad subconsciente que nos
individualiza y al mismo tiempo nos universaliza en el Todo. La
«hombría» es como una ley natural pero
sentida y percibida por nuestros propios ganglios.
En La noche de las cien cabezas(1934) dice de la «hombría»
que es el hombre «en plena puridad sin la corrupción de
la vieja personalidad adquirida y pegadiza» (p. 199). La
religión, la sociedad, la economía tienden a hacer de
las personas individuos, seres aislados y solitarios; la «hombría
», en cambio, es esa corriente de vida que hay en nosotros a
través de la cual estamos unidos al Todo. Se trata, por tanto,
de un «principio vital», el primero y fundamental del
hombre, el cual nos impulsa a obrar en una determinada dirección.
Los valores humanos que brotan de la «hombría» son
valores «reales» por ser los más humanos. En los
momentos de máxima politización de Sender, pensó
que la «hombría» era revolucionaria.
La temprana atracción que sintió Sender por los
anarquistas españoles tenía su origen en la fuerza de
la «hombría». Sender percibió en el grito
de esas masas de desheredados una faceta de lo humano-eterno que
existe en todo hombre: el deseo de igualdad. Los anarquistas no
razonan, sino que exigen y actúan. Obrando así no hacen
otra cosa que obedecer un instinto natural, la voz de su «hombría».
Por eso sienten que viven una religión, con una fe más
absoluta que la de otras religiones que se fundan en la aceptación
más o menos racional de la revelación. Es una religión
pura, fundada en la entrega total, ciega, a la fuerza del instinto.
Sender idealiza en sus años mozos la acción de los
anarquistas, presentándolos como mártires de su fe.
Cuando se tiene en cuenta su sintonía con la «hombría»
de los anarquistas, no extraña que Sender se haya autodefinido
como un hombre de preocupaciones sociales más que políticas,
y que nos diga que él nunca fue anarquista ni comunista, que
lo más que llegó a ser fue un eterno admirador de los
anarquistas. El hombre anarquista simboliza la subconsciencia del
hombre, el fondo de donde brotan los valores verdaderamente humanos.
A Sender le atrae lo que directa o indirectamente confronta, o roza,
el sentido trágico de la existencia humana 40.
Anteriormente nos hemos referido al «realismo» de Sender,
que aparece identificado en sus primeras obras con la «hombría»,
la subconsciencia, los valores primarios de la vida, la fe del
anarquista y la naturalidad del hombre «popular». Sender
permaneció fiel a este realismo. Algunos estudiosos de su obra
han acuñado otras expresiones, como «realismo mágico
» (Carrasquer), «realismo alucinado» (Bosch) o
«realismo trascendente » (Béjar) para referirse a
ese realismo interior que, sin embargo, no olvida el mundo exterior,
físico que rodea a los personajes. Sender es un maestro en el
arte de presentar la realidad desde dos niveles extremos, tal como
indica la expresión «realismo-mágico»: el
inmediato, áspero y violento, y el imaginativo o poético.
Es decir, la realidad vista desde «abajo» o parte
dolorosa del vivir, y desde «arriba», en los ambiguos
niveles de las evocaciones líricas y del significado último
de las cosas. Un escritor con sensibilidad poética, como es el
caso de Sender, posee el don de «hacer decantar un estado
poético en el lector por su plan novelístico, de tal
forma que este plan encierre la vida real elevada a la categoría
de arte, a categoría ejemplarmente universal y trascendente»41.
Esta es la «mágica irrealidad »
a la que con frecuencia se refieren los estudiosos de Sender, la cual
es fruto de su sensibilidad para la poesía, para trasponer
creadoramente las situaciones patéticas, dramáticas o
trágicas a un estado de verosimilitud y de ilimitadas
sugerencias.
Sin embargo, como advierte el propio Sender, este lirismo es de
estructura y no de palabras. Al decir que es de estructura, comenta
Francisco Carrasquer, quiere decir ante todo que no es de forma
estrictamente literaria, sino de organización de líneas
de fuerza de sentido y de interrelaciones vertebradas en un organismo
novelístico vivo, con todas las contradicciones, tensiones,
acciones y reacciones de la vida real. Precisamente, porque se
trata de un lirismo de estructura, en cada lectura que hacemos de sus
obras descubrimos detalles antes inadvertidos del significado
estructural.
Si el lirismo radicara en los efectos del lenguaje, produciría en
el ánimo del lector el mismo efecto sensorial o emotivo, pero
al ser estructural, quiere decir que radica en el movimiento interior
de la narración, en la creación de una atmósfera
que sugiere al lector cosas nuevas. Sender buscaba expresamente crear
esta situación en el lector, porque para él el hombre
es fundamentalmente un ser que siente y que capta el mundo a través
de la emoción, y después piensa lo sentido. En el
prólogo a Siete domingos rojos (1932) Sender escribe
que su «libro no se dirige expresamente al entendimiento del
lector, sino a su sensibilidad, porque las verdades humanas más
entrañables no se entienden ni se piensan, sino que se
sienten. Son las que el hombre no ha dicho ni ha probado decir porque
cumplen su misión en la zona brillante y confusa del sentir.
Al final del libro, el lector que se haya abandonado totalmente habrá
comprendido o no el fenómeno social o político a que me
refiero, pero desde luego habrá sentido desarrollarse
dentro de sí una evidencia nueva43.»
El corpus senderiano contiene obras que la crítica ha
calificado de «filosóficas ». Así, en La
esfera Sender combina en una estructura original la ficción
novelesca y el ensayo filosófico, y en El lugar de un
hombre sondea el papel del individuo dentro de la sociedad y
dentro el universo44. Sender no pretendió pasar por filósofo
ni por un intelectual; Sender se consideró un «mitómano»
o creador de fábulas, una aptitud que tradicionalmente ha sido
considerada inferior a la filosofía45.
Sender era consciente de que los grandes mitos han influido en la vida
colectiva de las personas tanto o más que las ideas filosóficas.
Lo que nos diferencia a los hombres del animal, escribe Sender, es la
capacidad «de crear mitos artificiales (no necesariamente
históricos) y de subordinar a ellos con éxito formas de
acción creadora»46.
Las grandes creaciones literarias (Hamlet, Quijote, Fausto)
son mitos con dimensiones alegóricas
de expresión por medio de las cuales los hombres adquieren
formas de acción, no sólo conceptual, sino también
mental y física. Los mitos han condicionado y siguen
condicionando la vida de las personas durante siglos y milenios. Ni
los hombres de ayer ni los hombres de hoy estamos libres de la
mitomanía, porque es algo arraigado en el inconsciente
colectivo (Jung).
Las personas necesitamos mitos y, por eso, nos los creemos:
«El mayor mito de nuestro tiempo es la cultura. Y es un mito que se ha
creado a sí mismo, sin necesidad de profetas ni de iglesias.
Nació en el pasado al mismo tiempo que las artes bajo una
misma designación: filosofía47.» Pero, ¿por
qué el hombre tiene necesidad de crear mitos?
Miguel de Unamuno respondió que con los mitos
(la ciencia, la religión, la filosofía)
el hombre expresa lo que la razón no puede aceptar: la inmortalidad humana.
Sender, por su parte, sustituye la antítesis unamuniana «razón-fe sentimental» por una base más antropológica:
«La ideación mítica es una forma de creación en el
vacío (el inconsciente colectivo, de Jung). Parece que la más alta tarea de los hombres desde los tiempos más remotos ha consistido en la creación de mitos capaces de arraigar y de extenderse. Es decir que nuestra más alta facultad es la de
mentir inteligentemente e interesadamente»48.
Sender parece dar a entender que el hombre ha tenido miedo a enfrentarse con
la cara amarga de la verdad y ha preferido suavizarla cubriéndola
con el ropaje de la fantasía. El mito o ficción no miente, simplemente conjuga el consuelo con el dramatismo de la vida.
Como se trata de una dimensión antropológica, el hombre
moderno mantiene viva la capacidad de crear mitos, incluso la ha
aumentado porque dispone de más medios: cine, televisión,
prensa, etc. Naturalmente las mentiras de hoy, comenta Sender no
pueden ser tan gratuitas como las del pasado. Nadie aceptará
hoy un milagro sin un mínimo de verosimilitud comprobable.
Pero a medida que crece el escepticismo, aumentan los instrumentos de
convicci&;oacute;n.
Hoy, los mayores en cuanto a eficacia son las artes y la seudociencia o
más bien la ciencia accesible a los legos.
Sender no explica, simplemente constata «nuestra adición
enfermiza o saludable —quién sabe — a la
mitomanía». Como el mito inventado por el hombre no
prospera sin alguna clase de reverencia y de misteriosa adoración,
el hombre adora su propia creación y, de ella, revierten sobre
él nuevas formas y aptitudes y sugerencias en un camino sin
fin. Ese camino sin fin alrededor de un orbe que ignoramos parece ser
la base de nuestra diferencia.
Si la «mitomanía» es la dimensión que
diferencia al hombre del animal, resulta lógico pensar que el
hombre también se sirve de mitos para su propia autocomprensión.
En este caso, ¿se trata de miedo o de
dificultad para enfrentarse consigo mismo? Sender responde que: «Como
he dicho otras veces, no hay todavía una definición de
hombre, ni siquiera para los efectos legales. El hombre es su propio
y único testimonio y lo damos por sabido. Es un valor a la
vista, sin reserva que lo avalore.
Y está lleno de contradicciones. Por la animalidad decimos que
es hombre, por sus errores que es sabio, por sus blasfemias que es
religioso. Tal vez en medio de tantas contradictorias hipótesis
desde Pitágoras a Platón, y a
Descartes, y a Darwin, la que se sostiene mejor es la de nuestra adición enfermiza o saludable —quién sabe— a la mitomanía49.»
Sender no creó mitos sino alegorías, símbolos apoyados en la realidad histórica, pero con fuerza suficiente para llevar al lector al mundo de lo preconsciente. Las novelas de Sender son «una forma de expresionismo poético» por medio del cual intenta incidir imaginativamente en las realidades humanas más significativas para él»50.
Los personajes, y no las ideas, son el hilo conductor de las novelas senderianas, pero los personajes ayudados por las alegorías
y los símbolos.
A través ellos bucea Sender en los fondos de la naturaleza
humana para encontrar algo de sentido —vital en primer término
y racional en segundo— a la existencia. Ahí reside la
clave, móvil o sentido que ilumina los comportamientos y las
creaciones aparentemente contrarias.
Volver al índice
Conclusión.
La cosmovisión senderiana no está lejos de las
ideas sociales, científicas y filosóficas dominantes de
nuestro siglo. Por una parte estaría el propio talante del
escritor, inconformista por naturaleza contra todo atropello de la
persona humana y contra el falseamiento de la realidad; por otra,
«los presupuestos teóricos que defendían el apego
a valores percibidos como populares o naturales, al lado de una
concepción un tanto determinista y etnológica del
comportamiento humano y una visión organicista de la sociedad
o de los pueblos, en la órbita pues del positivismo
sociológico acuñado por H. Spencer o por H. Taine y
difundido en España durante el último cuarto del siglo XIX, especialmente por los llamados krausopositivistas»52.
Aquí pudo tener su arranque la fe total de Sender en los instintos.
«Lo humano», palabra muy repetida por Sender, se refiere al fondo
de la realidad humana que se halla escondida en una calidad no-racional y fantasmagórica53.
Parece evidente que la teoría del inconsciente de Freud y las filosofías
vitalistas e irracionalistas contribuyeron a afianzar en Sender la creencia en una
realidad primordial que se halla más allá del mundo ordenado de la razón.
En sus primeras obras Sender da protagonismo a la «hombría»:
lo inconsciente, natural y espontáneo del hombre. Equivale a
lo humano-esencial. A medida que Sender «se ideologiza»
al contacto con el marxismo, a la «hombría » opone la «persona» o máscara, de cuya oposición resulta una concepción dialéctica del hombre como especie y como individuo, y del hombre proletario (colectivista)
contra el hombre burgués (individualista).
Hasta después de terminada la guerra civil predomina en Sender el irracionalismo. «El cerebro es un tumor, una enfermedad, y de
él nace la idea de uno sobre sí mismo: la persona»54.
Pero, un irracionalismo limitado, porque Sender nunca renunció
a su libertad de pensar y de enjuiciar, a su ideología
libertaria. En la etapa del exilio persiste en Sender lo que Eoff ha
llamado «vigoroso primitivismo», cuya afinidad
existencialista es más un aspecto que una tendencia ideológica
sistemática55.
Por su parte, que une, pues, a El Greco, a Goya y a Picasso
no es su sentido del color, ni tampoco su sentido estructural,
sino en el callado, sereno y profundo señorío
de una realidad en la que se apoyan para dar el salto al vacío.
Lo demás, todo lo demás, no importa. Nada importa nada.
Los acontecimientos históricos más graves y sensacionales
no importan nada cuando estamos en ese plano tan caro a los españoles
«de Creación», entre los cuales estoy yo de buena
fe, con merecimiento o sin ellos, y en donde un caracol buscando la
lluvia, una niña de ocho años dándonos consejos,
una arañita colgada de un hilo diáfano, la mirada de un
perro, el silencio de un anciano, el más íntimo reflejo
de la luz en un vaso, en la frente combada de un bebé o en los
ojos vívidos de una mujer, nos llama al orden. Al orden
secreto. Al tremendo orden secreto de una naturaleza que nadie más
que nosotros ve», en Álbum de radiografías
secretas, Barcelona, Ed. Destino, 1981, p. 392.
José-Carlos Mainer ha precisado aún más
el ideario senderiano del exilio: crítica violenta del comunismo,
acendrada defensa de los derechos del individuo, elogio de un universo
arcaico y primitivo y hasta un confuso tinte religioso56.
Sender ha dedicado especial atención a los aspectos mágico-primitivos de la religiosidad, no entendiendo ésta como una explicación del absurdo cósmico sino como un humano intento de
jerarquización de lo desconocido.
Pese a su declarado agnosticismo Sender ha hecho del problema religioso el
tema fundamental de algunos relatos, como La esfera. La
identificación, en el plano histórico, con el
primitivismo, le lleva a proclamarse a sí mismo «ilergete»
en el prólogo a Los cinco libros de Ariadna57.
En síntesis, las novelas de Ramón J. Sender rezuman
interés apasionado por lo humano, buscan desentrañar lo
que cada ser humano encierra en sí y agudizan la sensibilidad
moral del lector.
Volver al índice
24
Ramón J. Sender nació el 3 de febrero de 1901 en
Chalamera (Huesca), y murió el 16 de enero de 1982 en San
Diego (California).
Volver al índice
25
PEÑUELAS, M., «Estilo», en Ramón J.
Sender, In memoriam, p. 284.
Volver al índice
6
Ibíd., p. 50, n. 17.
Volver al índice
27
Carta Prólogo de Sender a la obra de Marcelino PEÑUELAS,
La obra narrativa de Ramón J. Sender, Madrid, Gredos,
1971, p. 8.
Volver al índice
28
COLLARD, P., «Las primeras reflexiones de Ramón J.
Sender sobre el realismo», en Jamón J. Sender...,
o.c., p. 88.
Volver al índice
29
Ibíd., p. 92. Tomado de un artículo titulado La
libertad (31-XII-1930).
Volver al índice
30
Destacamos las obras colectivas: Ramón J. Sender. In
memoriam. Antología crítica, dirigida por J.-C.
Mainer, 1983, y Ramón J. Sender. El lugar de Sender. Actas
del I Congreso, Huesca, IEA-IFC, 1997. Cfr. DUEÑAS
LORENTE, J., Ramón J. Sender. Periodismo y compromiso
(1924-39), Huesca, IEA, 1994; CARRASQUER, F., La integral de
ambos mundos: Sender, Zaragoza, PUZ, 1994.
Volver al índice
31
SENDER, R. J., en «Un esteta en la URSS», en Marcelino PEÑUELAS, art. c., p. 267.
Volver al índice
32
Son muchas las cualidades que encierra la prosa de Sender. Marcelino Peñuelas
recuerda «que la Biblioteca Nacional de Inglaterra ha impreso en alfabeto Braille, para ciegos, casi todas las obras de Sender, a petición de los mismos ciegos después de haber leído éstos algunos de sus libros», por la cualidad plástica, o sea, visible y táctil de su prosa. Cfr. art. cit., p. 269.
33
«Ramón J. Sender», en Andalán, 350 (1982), p. 20.
Volver al índice
34
Destacamos las obras colectivas: Ramón J. Sender. In memoriam. Antología crítica, dirigida por J.-C. Mainer, 1983, y Ramón J. Sender. El lugar de Sender. Actas del I Congreso, Huesca, IEA-IFC, 1997. Cfr. DUEÑAS LORENTE, J., Ramón J. Sender. Periodismo y compromiso (1924-39),
Huesca, IEA, 1994; CARRASQUER, F., La integral de ambos mundos: Sender, Zaragoza, PUZ, 1994.
35
SENDER, R. J., Los cinco libros de Ariadna. Prólogo.
Cfr. VIVED MAIRAL, J., «Lo aragonés, en Sender, en
Andalán, 350 (1982), pp. 18-19; ALCALÁ, A., «Sender
y sus novelas, y su Aragón », en Ramón J.
Sender. In memoriam, pp. 177-188.
Volver al índice
36
En Ramón J. Sender. In memoriam, pp. 7-8.
Volver al índice
37
BÉJAR, M., «Unidad y variedad en la narrativa de
Sender», en Revista de Occidente, 1982, pp. 117-123.
Volver al índice
38
Cfr. MAINER, J.-C., «Ramón J. Sender, un año
después», en El Día (16 de enero de 1983).
Volver al índice
39
SENDER, R. J., Proverbio de la muerte (1939), p. 10. «Dentro
de la imperfección hoy la gente distingue entre lo positivo y
lo negativo. No soy hombre de pensamiento positivo. El pensamiento
positivo es conservador y tiende a demostrar a la gente que debe
estar satisfecha de su manera de ser y tratar de mejorar en todo caso
sin cambiar de dirección. Es decir, a estabilizar e
inmovilizar lo existente. Pero, ¿de qué manera? Ganas
me han dado a veces de escribir una colección de ensayos
titulada “De las ventajas del pensamiento negativo”. Pero
la verdad es que no hay lo positivo ni lo negativo en el pensamiento
sino lo fecundo y lo estéril.Y lo fecundo, aunque parezca a
veces destructor, no lo es», en «Carta prólogo de
Ramón J. Sender», en PEÑUELAS, M., La obra
narrativa de Ramón J. Sender, Madrid, Gredos, 1971, p. 8.
Volver al índice
40
Las declaraciones anticomunistas de Sender no expresan una postura
política sino una visión antropológica
determinada. Refiriéndose a Siete domingos rojos,
escribe: «Desde el punto de vista político o social este
libro no satisfará a nadie. Ya lo sé. Pero no se trata
de hacer política ni de fijar aspectos de la lucha social ni
mucho menos de señalar virtudes o errores. No busco la verdad
útil —social, moral, política— ni siquiera
esa inofensiva verdad estética en torno a la cual se
desorientan tantos jóvenes. La única verdad -realidad-
que busco a lo largo de estas páginas es la verdad humana que
vive detrás de las convulsiones de un sector revolucionario
español...». Cfr. PEÑUELAS, M., o.c., p.
86. «Comunismo o fascismo me parecen doctrinas o actitudes muy
por debajo del nivel de mis sentimientos de español...»,
en José Luis CANO, «Un texto de Ramón J. Sender
sobre la ideología»: Ramón J. Sender. In
memoriam, p. 68.
Volver al índice
41
CARRASQUER, F., «Imán» y la novela histórica
de Ramón J. Sender, Amsterdam, 1968. Cfr.
Volver al índice
Peñuelas,
M., o.c., p. 257.
42
Ibíd., p. 257. En el Prólogo a Los cinco
libros de Ariadna, escribe: «Este libro de prosa está
escrito, como otros míos, sub specie poetica... Ya
pasada la juventud, pero no el amor juvenil por la vida, me gusta
comprobar que mi centro natural es la poesía...».
Volver al índice
43
«La verdad de la obra literaria, escribe Rafael Bosch, no está
en las ideas que nos pueda querer comunicar, sino en los sentimientos
reveladores que despierta en nosotros para la captación del
sentido más profundo de la vida humana, en «La «species
poetica» en Imán, de Sender», en Ramón
J. Sender. In memoriam, p. 292.
Volver al índice
44
«El propósito de La esfera es más
iluminativo que constructivo, y trata de sugerir planos místicos
en los que el lector pueda edificar sus propias estructuras. Si lo
consigue o no es cuestión que cada lector tiene que decidir.
Pero no hay duda de que la obra es la expresión de hondas
vivencias, intuiciones y reflexiones que han inquietado a Sender toda
su vida y que se encuentran, implícitas y diluidas, en otras
narraciones», en PEÑUELAS, M., o.c., pp. 196-
197.
Volver al índice
45
«Dirigirse a los sentidos, a la sensibilidad y no al
entendimiento, al “intelecto”, tiene para mí
además la ventaja de que nadie podrá llamarme
«intelectual» con plena razón». Cfr.
Prólogo
a Siete domingos rojos.
46
Carta prólogo de Ramón J. Sender, en PEÑUELAS,
M., o.c., p. 10.
Volver al índice
47
Ibíd., p. 11.
48
Ibíd., p. 12.
49
Ibíd., p. 12.
Volver al índice
50
PEÑUELAS, M., o.c., p. 62.
51
Ramón J. Sender ha dejado escrito: «Ahí, en lo
metafísico es donde el artista genuino español se
revela naturalmente. Pero a través de las cosas, que no son
sino pretextos.
Volver al índice
52
DUEÑAS, J. D., o.c., pp. 85-86.
53
EOFF, S., «El desafío de lo absurdo», en Ramón
J. Sender. In memoriam, p. 95.
54
La esfera, pp. 90-91.
Volver al índice
55
EOFF, S., p. 96.
Volver al índice
56
MAINER, J.-C., «La culpa y la expiación: dos imágenes
en las novelas de Ramón J. Sender », en Ramón
J. Sender. In memoriam, p. 128.
Volver al índice
57
Prólogo.
Jorge M. Ayala: Pensadores aragoneses. Historia de las ideas
filosóficas en Aragón